Desde pequeño lo sospeché…había un encanto particular en aquel cuarto oscuro con luz roja y amarilla que en el segundo piso de la casa tenía mi papá; era un lugar misterioso al que mis hermanos y yo teníamos prohibido entrar. En las reuniones familiares mi viejo hablaba de sus viajes de comisión con el gobierno nacional y ahí me empecé a interesar por ese trabajo chévere de mi papá, y después de un tiempo cuando en el colegio me preguntaban, yo muy orgulloso decía que Luis Lozano era reportero gráfico del presidente Turbay.

Aquella emoción de mi primer ejercicio como editor, días después se complementó, tuve la oportunidad de acompañar a mi padre a una boda y allí mi rol cambió: ahora era asistente de iluminación, y este trabajo también me gustó. De a poco, estaba incursionando en lo que pronto se convirtió en mi pasión, me fui enamorando del poder que tenía al inmortalizar los momentos importantes de la tradición familiar, me resultaba mágico todo el proceso de inmortalizar vivencias con un clic que por supuesto era muy diferente a la inmediatez que hoy nos ofrece la era digital, otra cosa eran esos nervios y esa ansiedad para llegar en la noche a descargar los rollos para poderlos revelar.

Siempre me destaqué como el alumno juicioso de la clase y eso me trajo beneficios con mi papá, recibía premios por mis calificaciones y podía escoger, así que un día pedí que me permitiera entrar a ese sagrado lugar; muchas cosas no las entendía pero desde el primer momento de la experiencia, me enamoré. Aquella noche fui asistente de laboratorio fotográfico y creo que lo hice muy bien, proyectar un negativo sobre un papel y luego meterlo en unos líquidos para ver aparecer la imagen me pareció genial.

Hoy, muchos clics después de aquel primero, agradezco infinitamente esta hermosa herencia de mi papá; aprender su oficio y extender su legado es algo que me llena de orgullo y me hace infinitamente feliz.

Amo profundamente mi trabajo, nada disfruto más que ajustar el encuadre, limpiar el fondo y medir la luz para hacer clic y congelar en el tiempo imágenes para la posteridad. No hay nada más emocionante que capturar momentos que al ser compartidos nos permiten revivir una y otra vez esos instantes que nos hicieron vibrar.

A la izquierda, mi hermano Andrés; a la derecha, mi hermano Giovanny

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